La esperanza
14.01.2010 XABIER ONAINDIA. PEDIATRA
La gripe A ha sido una suerte. El virus A(H1N1) ha sustituido a nivel mundial y en más del 90% de los casos al virus de la gripe estacional y, al afectar sobre todo a los jóvenes y ser menos letal, del medio millón de muertes anuales hemos bajado a 14.000. De no existir los intereses de las multinacionales y su influencia en los medios de comunicación, en políticos y 'expertos sanitarios', habría pasado desapercibida.
La Organización Mundial de la Salud (OMS), gestora también en la gripe aviar, comenzó esta vez su gestión cediendo a las presiones de la industria alimentaria y cambiando el nombre de gripe porcina por el aséptico A (H1N1) que a nadie responsabiliza. Siguió con la declaración de pandemia, atendiendo sólo al criterio de extensión y olvidándose de la letalidad, que para entonces ya sabíamos que era menor que la de la gripe habitual. En agosto inició la vía de los pronósticos alarmistas escogiendo de entre todas las posibilidades la más extrema, al declarar que se llegarían a 2 millones los hospitalizados en EE UU y a miles los muertos (en 2005 ya había pronosticado 7 millones de muertos con la gripe aviar y no llegaron a 300). En septiembre, ya sus iniciativas tienen mucho tufo económico e imponen, frente a criterios más razonables, un protocolo de administrar Tamiflú no sólo a los grupos de riesgo, sino también a los casos graves; y Margaret Chan, directora de la OMS y responsable máxima de la gestión, nos regala: «Esta pandemia va a costar un dineral, pero los gobiernos no pueden permitirse no tener preparados antivirales y vacunas2, una frase muy oportuna para los intereses de las farmacéuticas y el pistoletazo de salida para que políticos y responsables sanitarios se lancen a negociar el suministro masivo. La misma señora Chan que al recoger el premio Príncipe de Asturias declaró: «Las relaciones con las multinacionales han permitido disponer de vacunas gratis para países subdesarrollados». Relaciones peligrosas las de un organismo público como la OMS con las empresas privadas, y dudo mucho de que hayan sido gratis.
La industria farmacéutica es, aparentemente, la gran vencedora en esta crisis, con 412 millones de euros para Novartis, 750 para Sanofi y 2.500 para Glaxo de ganancias netas sólo en vacunas, todo ello pagado con dinero público.
Aquí se ha perpetrado un atraco a nivel planetario. Se han dado miles de millones ahorrados por los trabajadores durante muchos años, que eran necesarios para mejoras sanitarias, a las multinacionales. Mientras los sindicatos denunciaban que se regalara dinero público a los bancos, se estaba cometiendo un saqueo solapado a los trabajadores, sin ninguna protesta.
Sólo Cuba y Polonia se han salido del guión negándose comprar una vacuna que no estaba testada. Los franceses adquirieron 94 millones de dosis, pero no pudieron colocar ni 5, por lo que Bachelot, ministra de sanidad, ante el escándalo, ha decidido rechazar 50 millones y vender el sobrante a Qatar y Egipto. Pero ¿quién compra entradas de reventa para un partido que no interesa a nadie? Los españoles compraron 37 millones para evitar las 8.000 muertes que, según la ministra de Salud, Trinidad Jiménez, iban a producirse, y tampoco han podido colocar ni 5. Pocas pero muy eficaces, pues no han llegado a 300 los fallecidos, ni a 15 en el País Vasco.
Osakidetza (Servicio Vasco de Salud) inicia el curso con tratamientos de Tamiflú guardados bajo llave para uso ambulatorio estricto. En octubre recula y decide que, ante el poco uso, se expenda también en farmacias pero, eso sí, con receta. Adquiere 500.000 dosis para iniciar la vacunación a principios de noviembre pero por presiones de la señora Jiménez la retrasan hasta el 16 (para no diferenciarse del resto del Estado), cuando ya era evidente que la curva epidémica iniciaba su descenso. Ante los escasos voluntarios, deciden ampliar los grupos de riesgo y vacunar también en las cárceles y residencias de ancianos, cuando es sabido que los mayores de 65 tienen memoria inmunológica por un virus circulante hace 50 años y que no precisan de vacuna.
Deslizándose por la pendiente, deciden enviar cartas personales invitando a vacunarse a pacientes que para nada eran candidatos. Desesperados, junto a la nómina de noviembre, el director general de Osakidetza (Servicio Vasco de Salud) nos manda a todos los trabajadores una carta que finaliza: «(...) consciente del inestimable valor que tu ejemplo tiene sobre nuestros pacientes, te animo a que optes por la prevención contribuyendo a interrumpir la posibilidad de transmisión a éstos». Cuya traducción es: 'Ya que te pagamos la nómina, haznos el favor y vacúnate'. Y con todo ese esfuerzo, confiesan haber puesto 96.000 dosis.
Es seguro que entre políticos y gestores hay gente honrada, pero también es seguro que hay mucho incompetente y mucho corrupto, y que hemos llegado a una situación en la que resulta muy difícil distinguir a unos de otros. Pero lo peor es que aquí nadie pide responsabilidades y nadie dimite, porque la oposición no ejerce y los sindicatos no están.
Pero hay gentes que viajan por Internet, que buscan información alternativa, que hablan en la cuadrilla, que practican el 'boca-oreja'. Hay gentes que no son capaces de enfrentarse y pedir responsabilidades, pero tampoco están dispuestas a poner el brazo para que les inyecten una vacuna apenas contrastada para evitar una enfermedad que no es tal como cuentan. Estas gentes han dado una extensión planetaria a la insumisión. Por primera vez un engaño ha sido percibido como tal por la inmensa mayoría de la población, y millones de personas de toda condición y cultura, en todo el mundo, han reflexionado sobre su salud, se han parado a pensar y han dicho 'no'. Quizá por primera vez han tomado una decisión meditada y contraria al discurso oficial. Esta insumisión colectiva es, además de una alegría, una esperanza.
La Organización Mundial de la Salud (OMS), gestora también en la gripe aviar, comenzó esta vez su gestión cediendo a las presiones de la industria alimentaria y cambiando el nombre de gripe porcina por el aséptico A (H1N1) que a nadie responsabiliza. Siguió con la declaración de pandemia, atendiendo sólo al criterio de extensión y olvidándose de la letalidad, que para entonces ya sabíamos que era menor que la de la gripe habitual. En agosto inició la vía de los pronósticos alarmistas escogiendo de entre todas las posibilidades la más extrema, al declarar que se llegarían a 2 millones los hospitalizados en EE UU y a miles los muertos (en 2005 ya había pronosticado 7 millones de muertos con la gripe aviar y no llegaron a 300). En septiembre, ya sus iniciativas tienen mucho tufo económico e imponen, frente a criterios más razonables, un protocolo de administrar Tamiflú no sólo a los grupos de riesgo, sino también a los casos graves; y Margaret Chan, directora de la OMS y responsable máxima de la gestión, nos regala: «Esta pandemia va a costar un dineral, pero los gobiernos no pueden permitirse no tener preparados antivirales y vacunas2, una frase muy oportuna para los intereses de las farmacéuticas y el pistoletazo de salida para que políticos y responsables sanitarios se lancen a negociar el suministro masivo. La misma señora Chan que al recoger el premio Príncipe de Asturias declaró: «Las relaciones con las multinacionales han permitido disponer de vacunas gratis para países subdesarrollados». Relaciones peligrosas las de un organismo público como la OMS con las empresas privadas, y dudo mucho de que hayan sido gratis.
La industria farmacéutica es, aparentemente, la gran vencedora en esta crisis, con 412 millones de euros para Novartis, 750 para Sanofi y 2.500 para Glaxo de ganancias netas sólo en vacunas, todo ello pagado con dinero público.
Aquí se ha perpetrado un atraco a nivel planetario. Se han dado miles de millones ahorrados por los trabajadores durante muchos años, que eran necesarios para mejoras sanitarias, a las multinacionales. Mientras los sindicatos denunciaban que se regalara dinero público a los bancos, se estaba cometiendo un saqueo solapado a los trabajadores, sin ninguna protesta.
Sólo Cuba y Polonia se han salido del guión negándose comprar una vacuna que no estaba testada. Los franceses adquirieron 94 millones de dosis, pero no pudieron colocar ni 5, por lo que Bachelot, ministra de sanidad, ante el escándalo, ha decidido rechazar 50 millones y vender el sobrante a Qatar y Egipto. Pero ¿quién compra entradas de reventa para un partido que no interesa a nadie? Los españoles compraron 37 millones para evitar las 8.000 muertes que, según la ministra de Salud, Trinidad Jiménez, iban a producirse, y tampoco han podido colocar ni 5. Pocas pero muy eficaces, pues no han llegado a 300 los fallecidos, ni a 15 en el País Vasco.
Osakidetza (Servicio Vasco de Salud) inicia el curso con tratamientos de Tamiflú guardados bajo llave para uso ambulatorio estricto. En octubre recula y decide que, ante el poco uso, se expenda también en farmacias pero, eso sí, con receta. Adquiere 500.000 dosis para iniciar la vacunación a principios de noviembre pero por presiones de la señora Jiménez la retrasan hasta el 16 (para no diferenciarse del resto del Estado), cuando ya era evidente que la curva epidémica iniciaba su descenso. Ante los escasos voluntarios, deciden ampliar los grupos de riesgo y vacunar también en las cárceles y residencias de ancianos, cuando es sabido que los mayores de 65 tienen memoria inmunológica por un virus circulante hace 50 años y que no precisan de vacuna.
Deslizándose por la pendiente, deciden enviar cartas personales invitando a vacunarse a pacientes que para nada eran candidatos. Desesperados, junto a la nómina de noviembre, el director general de Osakidetza (Servicio Vasco de Salud) nos manda a todos los trabajadores una carta que finaliza: «(...) consciente del inestimable valor que tu ejemplo tiene sobre nuestros pacientes, te animo a que optes por la prevención contribuyendo a interrumpir la posibilidad de transmisión a éstos». Cuya traducción es: 'Ya que te pagamos la nómina, haznos el favor y vacúnate'. Y con todo ese esfuerzo, confiesan haber puesto 96.000 dosis.
Es seguro que entre políticos y gestores hay gente honrada, pero también es seguro que hay mucho incompetente y mucho corrupto, y que hemos llegado a una situación en la que resulta muy difícil distinguir a unos de otros. Pero lo peor es que aquí nadie pide responsabilidades y nadie dimite, porque la oposición no ejerce y los sindicatos no están.
Pero hay gentes que viajan por Internet, que buscan información alternativa, que hablan en la cuadrilla, que practican el 'boca-oreja'. Hay gentes que no son capaces de enfrentarse y pedir responsabilidades, pero tampoco están dispuestas a poner el brazo para que les inyecten una vacuna apenas contrastada para evitar una enfermedad que no es tal como cuentan. Estas gentes han dado una extensión planetaria a la insumisión. Por primera vez un engaño ha sido percibido como tal por la inmensa mayoría de la población, y millones de personas de toda condición y cultura, en todo el mundo, han reflexionado sobre su salud, se han parado a pensar y han dicho 'no'. Quizá por primera vez han tomado una decisión meditada y contraria al discurso oficial. Esta insumisión colectiva es, además de una alegría, una esperanza.
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